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Peniley Ramírez Fernández

11/01/2017 - 3:33 pm

Cuauhtémoc y la vida sin rampas

Desde mediados de 2016, las calles de varias colonias de la delegación Cuauhtémoc -un asentamiento de medio millón de habitantes en la capital mexicana, que el gobierno local ha apodado “el corazón de México” y alberga grandes centros de actividad económica como el Centro Histórico y la Central de Abastos- se poblaron de diligentes albañiles […]

Desde mediados de 2016, las calles de varias colonias de la delegación Cuauhtémoc -un asentamiento de medio millón de habitantes en la capital mexicana, que el gobierno local ha apodado “el corazón de México” y alberga grandes centros de actividad económica como el Centro Histórico y la Central de Abastos- se poblaron de diligentes albañiles que destrozaron banquetas, trocearon el asfalto y colocaron, nuevamente, placas de cemento.

Varias avenidas de las colonias Roma y Condesa, dos de los barrios más icónicos y turísticos de la ciudad, fueron renovadas simultáneamente, al tiempo que en redes sociales el delegado y ex Gobernador de Zacatecas Ricardo Monreal, quien aspira a convertirse en el primer jefe de gobierno capitalino por el partido Morena, presumían los avances en la obra.

Ante los desvíos en las calles y los cierres intempestivos, muchos de los automovilistas que cada mañana y cada noche zanjan la ciudad para llegar a sus trabajos -y tienen esta zona como paso obligado- se acomodaban inquietos al volante, ante la mirada abúlica de los trabajadores del concreto. En las mañanas, un coro de cornetas de automóviles inundaba el ambiente.

Esta no era la peor noticia que el gobierno delegacional de Cuauhtémoc tenía para los habitantes, turistas y visitantes de una zona que concentra un corredor de comercios, tiendas, restaurantes y bares, al que asisten como usuarios o empleados diariamente miles de personas provenientes de toda la zona metropolitana del Valle de México.

La ejecución de este contrato trajo un cambio inesperado: una vez restauradas, las banquetas de varias manzanas fueron renovadas por otras nuevas, a las que no les hicieron sillas de ruedas.

La mega obra de repavimentación fue contratada con una compañía privada, usando una parte del presupuesto local de tres mil millones de pesos de la delegación, equivalente al monto que el gobierno recortará este año en el sector cultura de todo el país.

En este punto vital en una capital donde habitan 500 mil personas con alguna discapacidad, donde antes había concreto partido y baches, se instalaron banquetas nuevas, parejas y firmes, con una suave ondulación para las lluvias, cuyo borde terminaba en un alto muro.

“Así las pidieron, son las órdenes que nos dieron”, respondían mirando a los ojos, sin un atisbo de remordimiento, los albañiles que ejecutaban del proyecto, cuando se les preguntaba por qué estaban construyendo banquetas nuevas, sin rampas.

“Algunas esquinas sí tienen rampas, yo mismo las vi en un recorrido” afirmaba un empleado de la delegación, que se presentaba como encargado de la supervisión de las obras, como respuesta a un reporte ciudadano con fotografías de las nuevas banquetas sin rampas. “Son muy pocas”, agregaba exasperado, “únicamente no colocamos en las esquinas donde hay una instalación de Telmex debajo de la calle”.

¿Algunas rampas solucionan el problema de movilidad en un punto neurálgico de unas de las urbes más pobladas del mundo?

Creo que un buen ejemplo de una posible respuesta está en un video, aún disponible en Internet, de un recorrido que realizó y grabó hace algunos años en Lima, el activista y político peruano Paul Pflucker, a bordo de la silla de ruedas que le acompaña desde que tenía 18 años, para demostrar que “algunas rampas” no significan una garantía de movilidad segura para quienes deben andar por la vida en silla de ruedas.

Ante los reportes de los vecinos, este empleado de la delegación que se presentó como “Jaime”, respondió que la administración local arreglaría las calles, emparejaría el asfalto y luego las colonias serían nuevamente transitables con sillas de ruedas, carriolas para bebés, maletas de los turistas, diablitos para empleados de los comercios y carritos para muchos vecinos que hacen sus compras en los mercados locales.

Dos meses más tarde, la confirmación de que eso no sucederá inundó nuevamente la zona. Un recorrido realizado para esta columna por varias manzanas de estas colonias confirmó lo inevitable: las rampas siguen siendo algunas, y los muros lucen ahora un reluciente borde amarillo, recién pintado. Una confirmación de que los muros se quedan, y no hay más que hablar.

Algunas esquinas tuvieron una solución improvisada, que a decir de los vecinos ha ayudado a sortear la situación. Los albañiles apilaron gravilla entre la calle y el muro, para simular una pendiente. “Eso fue hace un mes, pero no han regresado”, dice una señora que vende tamales en una esquina.

¿Cuánto costó la reparación de estas calles y estas banquetas sin rampas? ¿Quién ganó con este contrato? ¿Quién ganará otra vez si luego el gobierno decide que hay que reparar las nuevas banquetas, romper otra vez y entonces hacer las rampas?

La respuesta a estas interrogantes aún queda el aire. Resulta sorprendente que años después de tener instituciones vigilantes de la igualdad y la no discriminación, puedan suceder omisiones tan flagrantes en sitios tan visibles para la clase política, como una delegación que alberga la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el Palacio Nacional y la Cámara de Senadores.

En una ciudad que resentirá en breve un alza importante en sus costos de transporte público, y como respuesta natural aumentará su tránsito peatonal, una ciudad que se presenta al mundo como incluyente, de avanzada, con una ciudadanía crítica y activa, malas noticias son que los políticos piensen, y actúen, con la convicción inamovible de que “algunas rampas” son suficientes, y que ningún contrapeso en la misma política revise las consecuencias de estas decisiones.

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.

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